La lenta levedad de la dicha que llega fresca por la garganta y mueve cosas frente al espejo, donde no reconocerte es normal tras tanta sombra bajo tus ojos y tanta gárgara. Tan efímeros y desnutridos como una rosa de pitiminí o una espuma... Tan asolados, tan ligeros, tan distantes. Tan opacos que ni la luz de una bombilla amarilla (de esas transparentes como de de neon, las parecidas.. Pero a lo francés) puede con nosotros, ni con nuestro peso. Y las lágrimas son kilos y nos echan de las aceras, nos cierran los bares y las playas se limpian de madrugadas sucias. No queremos morir en casa, en un lugar re frio donde se guardan nuestras desdichas. Quiero morir a cada sorbo porque poco, nada! tiene sentido. Fóllame el alma para rescatarme y abandoname cuando me quede dormida porque... No sirvo para nada. Ni siquiera para estar viva*
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