Taladran mi cerebro en una cueva oscura. Agujerean el mismo sitio, segundo a segundo, una y otra vez.
El olor que deja eso es putrefacto. Huele a miedo, también. Y mi cuerpo no se queja mientras... Aunque mis manos tiemblan cada vez que las alejo de mis rodillas aturdidas para mirarlas de lejos y descubrir que crecen en grosor cada vez más las venas.
Fuera hace sol. Un sol radiantemente cósmico. Y es hermoso saber que está ahí, bañándoles a todos con su calor y su amparo.
Poco a poco la vida se va asentando...
Poco a poco voy comprendiendo que entre ésa cueva oscura donde taladran mi cerebro y el espacio de sol de fuera, hay una delgada línea pintada con tiza blanca que a penas es visible pero que intuyo...
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