Un viaje en moto a toda velocidad. Sentarse a ver los últimos rayos del atardecer en las escaleras de la Stupa después de meditar con los ojos cerrados durante casi dos horas. Tomarse el tiempo necesario para desperezarse en la cama mientras mis pies juegan con los "piesitos" de Solete que aulla de pura locura (?). Romper con los dedos las gotas de los hombros cuando sales de la ducha. Tomar un té mientras dibujas y ver como te inspira el olor... Sentir un cosquilleo de impaciencia o de niñez cuando aparecen los primeros créditos en la pantalla del cine. La mirada de Milú cuando me espera, tumbado, medio dormido, todas las noches. Recibir sonrisas de empatia y amabilidad por las calles. Sentirse en otra persona como en Uno mismo. Las llamadas por la noche sin esperarlas. Encontrar los calcetines de lana naranja que tanto me gustan entre el monton de calcetines y medias, en mitad de la noche, y sentir como empiezo a sentir los dedos descongelándose. Las tardes de no hacer nada más que tomar el sol y hablar con el mar. Escuchar a un amigo, llorar con él y después reir, reir de verdad. Los enanos de dos años siempre corriendo por la tetería. Coger el té seco con las manos, sin cucharas, y ver como todos te miran de manera especial por ser "la yerbas" y conocer sus propiedades. El olor de la naranja. El autobus vacío. Las manos frías. La montaña cuando llueve. El café en esa taza azul que tanto me motiva por las mañanas...
Los pequeños detalles. Mi vida.
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