Qué pequeñitos somos a veces. De que manera tan minúscula nos miramos.
Y cómo nos pesa la vida de a ratos.
Cómo nos duele.
Tan bloqueados. Tan perdidos... Tan alejados por momentos hasta de nosotros mismos.
Confusos, inmóviles, solos.
Castigándonos una y otra vez con la culpa, el sufrimiento, la pérdida... Con las peores sensaciones existentes.
Nos inventamos excusas, nos auto.convencemos de que tenemos que protegernos siempre porque insistimos una y otra vez en creer que el mal, siempre nos acecha. Que debemos pagar caro los errores. Que la vida deb de doler a veces porque si, porque asi aprendemos. Olvidándonos de que tenemos el arma más poderosa e infinitamente pura que existe: el AMOR*.
Y que desde él, los miedos, las dudas, los bloqueos, los ruidos de la cabeza, los nudos... se ven mejor. Saben mejor. Que tambien puede existir la luz, luz bella y blanca, en las sombras, ayudándonos a entender que esta extraña vida que nos marea como quiere, nos da señales claras donde aferrarnos y ver la calma y sentir paz. Y sonreir.
Que bobos somos a veces. Que ciegos. Como nos cuesta aceptar que las cosas, de pronto, puedan salir bien sin pagarlo caro. Sin complicaciones. Con naturalidad y conexión. Solo sintiendo, fluyendo, sin pensar... Latiendo en comunión con la vitamina humana más maravillosa: la esperanza*.
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